SUPERCHANGOPICARESCO
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¿Por qué así y por qué ahora?
He leído algunos artículos, un par de libros sobre la depresión y las adicciones, casi todos coinciden y destacan la importancia de la convivencia, de las conexiones humanas para la prevención y el tratamiento de sendas enfermedades mentales. Una vez mi psiquiatra me preguntó si no llevaba un diario, si no había escrito durante este periodo. Le respondí que si y me dijo que esos textos podrían ayudar en un futuro a otras personas que padecieran estos males. Me dijo que el testimonio de alguien saliendo podría ser útil a quien estuviera todavía en las profundidades.
Yo no he terminado de salir, incluso a veces siento que he vuelto a caer, que la oscuridad me ha atrapado de nuevo. Sin embargo, son ahora más numerosos los días con sol, incluso con alegría, así que ha llegado la hora de salir a la calle, y como han sido épocas difíciles y además hace calor, iré caminando al tiempo que me quito la ropa.
Como ya voy algo atrasado, no dejaré nada a la imaginación, así que será el Full monty.
Notas del cuaderno de la depresión y la cocaína
Lo que he escrito sobre y durante mi batalla contra la depresión lo he hecho en un cuadernito, a mano. Las entradas no tienen fecha y en ocasiones se mezclan con anotaciones sobre cualquier otra cosa. Al principio, no sabía que ese cuaderno sería exclusivamente para registrar algunos de los acontecimientos de la época más terrible de mi vida. Hace apenas unos meses comencé a transcribir aquello; sin embargo, noté que la edición les restaba naturalidad.
Tomé la decisión de publicarlas tal cual salieron del cuaderno más una especie de glosa, y así ir construyendo mayor sentido.
Written by: Léon Guerrero
Ese verano regresé a México, a Saltillo. Creo que las cosas comenzaron más o menos como en Madrid. Fue cuando me peleé con el baboso de Emilio cuando las cosas finalmente explotaron; me dio un ataque de llanto y le dije a mi madre que me sentía como una mierda. Aquella vez no le dije nada sobre mi adicción. Recuerdo que fui una vez con mi primo para probar el cristal. Él preparó los focos y me enseñó cómo preparar el cristal para fumarlo. Esa vez, recuerdo bien, me entraron unas fuerzas que hasta me puse a lavar la ropa, luego me fui a mi habitación y durante toda la noche estuve haciendo el remedo de fumar aquella cosa. No dormí en toda la noche, claro, y me quedé con una sensación muy rara. Bueno, aquello continua. Eso duró hasta aquel día del pleito con mi primo,, luego, comencé a salir a correr y a hacer jugos y tal. Empecé a salir con gente, y al final del verano regresé a la universidad más tranquilo y enfocado. Hay un hecho que no he resaltado, en Madrid extrañé muchísimo a Maru, sentía un dolor y un remordimiento muy grande. Creo que regresar a México también me ha vuelto a aquella época de tristeza y autodestrucción. No se cómo hacer para salir de ellos, ya, he. No, no he hecho nada, solo espero poder solucionar lo principal, que es mi salud mental. A veces pienso que voy a morir pronto. No sé bien por qué a veces me invade ese sentimiento de miedo a la vida. Hoy ya no puedo seguir metiéndome coca, ya no tengo dinero, más que lo suficiente para sobrevivir de aquí a la próxima quincena. Tengo que dar dos clases y con eso espero llegar hasta el lunes.
Glosa
El ciclo de autodestrucción comenzó en Madrid, cuando me di cuenta de que soledad me resultaba insoportable. Había vivido seis años en la capital de España con la que fue mi esposa, María Eugenia. Ahí, y ya con más de treinta años, logré terminar mi carrera, lo que nunca pude hacer en México.
Después de terminar la licenciatura en Filología hispánica, un ánimo raro y benéfico me impulsó a seguir estudiando, hice una maestría y luego un doctorado en Vanderbilt, una universidad privada muy prestigiosa en el sur de los Estados Unidos. Durante el segundo año de los estudios doctorales María Eugenia y yo nos divorciamos. Al año siguiente, gracias a una beca de investigación, regresé a Madrid, esta vez ya solo. Abandoné la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, cogí el autobús a Canillejas y de ahí la Continental rumbo a Avenida de las Américas. Bajé en el puente de la CEA y crucé la carretera a Zaragoza. Por la calle Princesa de Venadito llegué a Avenida de Badajoz. Allá en el fondo de la calle se asomaba, inamovible, el Tanatorio de la M30.