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domingo, 3 de octubre de 2021

El spinning como alegoría


Superchangopicaresco



Del Spinning como alegoría de los estudios literarios 1. Ella se llamaba Martelva

                                                                                  Ella se llamaba Martha

                                                                                                             ella se llamaba así

                                                                                                             ella me clavó una espina

en medio del alma y me dijo adiós

 

José María Napoleón

 

Hoy, incluso en la densa bruma de un contraataque de la depresión, noté algo importantísimo. Mi madre es una mujer peculiar. Siempre ha tenido una personalidad fuerte, como apicarada, mal carácter, habla mierda de todo el mundo. Y curiosamente, siempre está hablando de todo el mundo, como si no tuviera alguien mejor en que gastar su energía. Con la edad su relación con el mundo no mejora. Su memoria no funciona bien, repite las historias muchísimas veces, y no se da cuenta. Confunde los eventos del pasado, elige los que le parecen significativos para, muchas veces, joderme la marrana. Ahora ella afirma que siempre me trató con cariño, que nunca me gritaba, que nunca me golpeó. Lo repite tanto y con tanta convicción que ya casi ha llegado a convencerme. Por otro lado, se repite una y otra vez que yo he sido mentiroso, que he sido mal hijo, desordenado, flojo, sucio. Pero lo más significativo es que afirma que siempre la he detestado. Y bueno, hemos tenido peleas muy desagradables. Pero, esa parte de la relación queda para otro momento de la crónica. Hoy lo que interesa tiene que ver con el presente. 

Hoy le dolía el hombro lastimado más de lo usual. Salimos a la calle a buscar que el mecánico revisara un rechinido en los frenos de su pick-up. Conduje yo para que no tuviera siquiera que mover el brazo. Me reclamó haber vendido una bicicleta estacionaria en la que yo entrenaba spinning. También me reclamó el cambiar el beneficiario del seguro de vida que me da la universidad donde trabajo. El otro día, no sé por qué, le mencioné que, por estar especialmente molesto con ella, decidí nombrar a Diego, mi sobrino, como titular del seguro. Bueno, esos dos eventos del pasado los trajo al ahora para pelear. Yo le dije que para qué recordaba aquellos momentos. El saber que yo la odiaba, en determinado momento del pasado, la hería mucho. Claro, también necesitaba un pretexto para ofenderme, para continuar la interminable pelea que tiene conmigo y con el mundo. Yo le contesté tajante, para qué recuerdas esos momentos en los que te odié si ahora nos llevamos bien. La cogí desprevenida porque no supo bien qué contestar. Pero el dolor del hombro le recordó que había que pelear y joder. Cuando llegamos a la casa seguía insultándome, me reconvenía el no ser útil para cortar el césped, el ser un inútil para todo, así dijo. Si de por sí no me encuentro animado, esos señalamientos sobre mi impericia para casi todo estuvieron a punto de hundirme más. Pero, salió automáticamente de mí decirle: ¿te duele mucho el brazo, verdad, porque estás insoportable? Bueno, eso me hizo notar que, bueno, le dolía mucho el brazo. 

Mi madre se comporta a sus 78 años como un niño malcriado y voluntarioso. El entramado intelectivo de mi madre no dista mucho del de una mujer de la Edad Media. Mi madre afirma creer en Dios, afirma categóricamente que nunca miente, siempre dice que la bolsa llena de dinero es mejor que cualquier amigo, dice que nunca ha sentido un orgasmo. Un día, en la clase de historia interna de la lengua española en la Universidad de Alcalá de Henares recordé a mi madre.

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Notar la manera en la que algunas personas se enfrascan en discusiones violentas por recuerdos, o por interpretaciones de recuerdos, ha sido revelador. Los atisbos de lucidez me han puesto en el camino a algún remedio. El sendero me llevó a leer sobre la meditación. la meditación, tanto budista como mindfulness, persigue un estado de calma consciente y ajena a los apegos materiales, a los anhelos mundanos. Esa conciencia permite al meditante detener el flujo narrativo alimentado por eventos del pasado y las ensoñaciones del futuro. Nuestros recuerdos están mediados por el paso del tiempo y se distorsionan de acuerdo a la pobreza de nuestro presente. Si interrumpimos las historias que nos contamos sobre lo sucedido podemos concentrarnos en lo que sucede, y así, estar mejor preparados para lo que viene, sin fantasear demasiado. 

La esencia de la práctica meditativa es sencilla, clara, sin demasiadas conceptualizaciones. El problema viene en la vida real. Incluso tú, que te has colocado la etiqueta de estudiante de yoga por varios años, incluso tú eres incapaz de vivir en el presente. Es muy complicado, para mí ha sido dificilísimo crearme una rutina para meditar, y no he notado cambios en mi carácter, al contrario, después de un par de semanas intentando meditar nuestras peleas subieron en intensidad. 

Pero, a manera de síntesis, quiero compartirte que he hecho un hallazgo importante. Las emociones que nos hacen sufrir, ¿de dónde vienen y por qué se presentan? Por ejemplo, tú y yo estamos hoy más lejos que nunca, separados en cuerpo y alma, somos casi casi como dice la canción, alguien que alguna vez conocí. Sin embargo, en las noches de insomnio me asaltan los recuerdos de cuando lo pasamos bien (o más o menos bien) y comienzo a recriminarme, a acusarme y castigarme de lo que salió mal. Termino herido, sin encontrar respuesta y sintiéndome más solo, más aislado que antes. Una de esas noches, reaccioné a la emoción y pensé, por qué tengo que recordar eso si ella pasa de mí, si ella seguramente piensa en otras cosas y otras gentes y seguramente lo pasa fenomenal. ¿por qué esos pensamientos elegidos arbitrariamente, como si de capítulos de una novelita se tratara? ¿por qué sufrir?

Entonces decidí ejercitar mi memoria y reaccionar de otra manera. Me cuesta, me cuesta mucho, pero no hay otro camino. Las emociones son parte primitiva de nuestra naturaleza, dejarse dominar por ellas resulta tan infantil y ridículo como interpretar arbitrariamente lo que ves, por ejemplo, en el supermercado e imaginar que una pareja de viejos son el reflejo de algo que tiene que ver contigo. 

Ahora, creo que la decisión de recordar-sufrir por una persona a la que le resultas ajeno es tan estéril y absurdo como la decisión de mi madre al seleccionar los momentos del pasado en que, según ella, le dije que no la soportaba. ¿para qué, si estamos juntos en la calle y nos detenemos a comprar chicharrón para el almuerzo? Me aventuro a contestar, por el dolor. Mi madre reacciona ante el dolor insoportable en su hombro de manera agresiva, defendiéndose porque, debido a su incapacidad, se siente vulnerable. El dolor me puso la opción de recordarte para intentar reaccionar ante la soledad, el abandono y la depresión. 

Siento mucha pena de no poder explicar a mi madre todas estas relaciones entre nuestros pensamientos y las emociones que se disparan para protegernos de la soledad, el abandono y la muerte. Ella, desde hace mucho, es incapaz de comprender alguna explicación a los mecanismos que la obligan a pelear conmigo, simplemente no lo entiende, no lo entendería. 

 


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